miércoles, 3 de marzo de 2021

 

MICOBACTERIAS NO TUBERCULOSAS

 

Lcda Dhamarys Esteves

Residente 2do Bacteriología Clínica

 

La expresión ‘‘Micobacterias No Tuberculosas’’ (MNT) es la más comúnmente utilizada para referirse a las especies del género Mycobacterium distintos de Mycobacterium tuberculosis (MTB) y Mycobacterium leprae, que pueden ser patógenos para el ser humano produciendo las enfermedades conocidas como ‘‘micobacteriosis’’. Este grupo de microorganismos son también conocidas como ‘‘Micobacterias Atípicas’’ y ‘‘Micobacterias Ambientales’’ (MA), las cuales fueron clasificadas para el año 1959 por Ruyan, en base a su capacidad para producir pigmentos en presencia o ausencia de luz. Sin embargo hoy día con los avances en biología molecular e identificaciones genotípicas, esta clasificación ha quedado obsoleta, validando hasta la actualidad, 142 especies de micobacterias con 11 subespecies. Aun así, debido a dificultades para individualizar las especies y otras limitantes taxonómicas, muchas veces se engloba a diversas especies micobacterianas en el nombre de “complejo” o complex.

 

Las MNT se encuentran ampliamente distribuidas en el medio ambiente y pueden hallarse en el agua, sistemas de conducción y abastecimiento, muy frecuentemente en los grifos y el agua caliente, el agua del mar, la tierra, los animales domésticos y salvajes (aves, ganado bovino y porcino, entre otros), la leche y otros alimentos. Como no se ha podido demostrar que las MNT se transmiten de persona a persona y se aíslan en muestras de piel, aparato respiratorio o tubo digestivo de individuos sanos, se supone que la colonización o infección por estos microorganismos tiene un origen ambiental. Las diferentes especies de MNT presentan variaciones en su distribución geográfica en función de su capacidad de sobrevivir en las diferentes condiciones ambientales y también en relación con las posibilidades de aislamiento e identificación de los laboratorios locales. Estas variaciones geográficas en la distribución de las MNT se reflejan también en las enfermedades humanas causadas por ellas. Los primeros cuadros clínicos producidos por MNT se describieron en los años cincuenta, y durante muchos años fueron considerados ocasionales y casi siempre ligados a situaciones de inmunodeficiencia. En los últimos 20 años han pasado a ser una afección relativamente frecuente, concomitante o no a la infección por el VIH aunque, al no ser enfermedades de declaración obligatoria, la incidencia de las micobacteriosis sólo se conoce parcialmente por publicaciones de ámbito local.

 

Las MNT presentan una gran heterogeneidad en su forma de presentación clínica y pueden producir afección pulmonar progresiva, infecciones de la piel y de los tejidos blandos, linfadenitis y diseminaciones, especialmente en individuos inmunodeficientes. Entre las especies más relevantes involucradas en casos clínicos humanos, se destacan el Complejo M. avium (CMA), con las especies estrechamente relacionadas (M. avium y M. intracellulare o MIA), la cual produce la mayor parte de estas enfermedades. Otras especies responsables son M. kansasii (en mayor proporción que las siguientes, afecta pulmones, piel y tejidos blandos), M. xenopi, M. marinum (asociado a lesiones de piel y partes blandas por contacto con aguas contaminadas, Granuloma de Piscina), M. ulcerans (asociado a lesiones granulomatosas en piel por acción de una citotoxina llamada micolactona, posterior a picaduras de insectos en extremidades, Úlcera de Buruli), M. fortuitum (asociado a infecciones sistémicas concomitantes por intervenciones quirúrgicas, cirugías plásticas y cateterismos), M. abscessus (asociado a infecciones intrahospitalarias y accidentes laborales en personal de la salud), M. chelonae (asociados a lesiones cutáneas que pueden avanzar hasta una osteomielitis, por el uso de esteroides, cateterismos y traumatismos previos) y M. szulgai (muy poco frecuente).

 

Los pulmones son el sitio más frecuente de la enfermedad; la mayoría de estas infecciones pulmonares se deben al CMA, pero también pueden ser secundarias a M. kansasii, M. xenopi o M. abscessus. Algunos casos aislados afectan los ganglios linfáticos, los huesos, las articulaciones, la piel y las heridas, usualmente posterior a cirugías, hospitalizaciones prolongadas o tratamientos con inmunosupresores. No obstante, la incidencia de enfermedad generalizada por CMA aumenta en los pacientes HIV positivos, y la resistencia a los fármacos antituberculosos es habitual (excepto en infecciones por M. kansasii y M. xenopi).

 

En niños, la linfadenitis periférica es la forma clínica de presentación más frecuente (con las especies asociadas CMA y M. scrofulaceum), en especial en los menores de 5 años de edad. Se cree que la puerta de entrada del bacilo es la mucosa bucal, por ingestión de microorganismos presentes en la tierra, por eso son más frecuentes las adenitis cervicales, especialmente submandibulares, aunque pueden aparecer en cualquier otro territorio, en cuyo caso la puerta de entrada suele ser una herida próxima.

 

En lo que respecta al diagnóstico microbiológico, la identificación primaria se realiza por la observación de Bacilos Acido Alcohol Resistentes por la coloración de Zielh Neelsen en las muestras recepcionadas. Posteriormente la identificación de especies, se basa en las características de crecimiento (desarrollo rápido o lento), las características del pigmento (si lo genera o no, en presencia o ausencia de luz), las temperaturas óptimas de crecimiento, la capacidad para crecer en medios selectivos (McConkey, NaCl 5%), la actividad ureasa, arilsulfatasa, catalasa, captación de hierro, entre otros. Y por último la identificación y genotipificación por técnicas de Biología Molecular. Finalmente las pruebas de susceptibilidad se realizan por microdilución en caldo suplementados, estandarizados por el CLSI, y mediante el uso de sistemas radiométricos BACTEC46.

 

En lo relacionado al tratamiento, según cada especie identificada y la localización de la lesión, se utilizan terapias combinadas de primera línea y por largos periodos de tiempo de Isoniazidas, Rifampicina o Rifabutina, Claritromicina o Azitromicina, Ciprofloxacina, Ofloxacina o Esparfloxacina y Estreptomicinas. Otras opciones terapéuticas, de segunda línea, ante las crecientes resistencias son el Imipenem, Levofloxacina, Trimetoprim sulfametoxazol, Doxiciclina y Amikacina.

 

Por otra parte existe otra micobacteria no tuberculosa, no clasificada como MA, constituida por la Mycobacterium leprae, también llamado bacilo de Hansen,  causal del cuadro clínico de la Lepra. Al igual que el resto del género es un bacilo ácido alcohol resistente curvo, no esporulado, inmóvil y de crecimiento muy lento (en un humano puede tardar hasta 20 años incubando), ampliamente distribuido en el mundo y que causa afecciones en humanos exclusivamente. Esta micobacteria se transmite por contacto directo (de persona a persona, piel con piel) y por vía aérea. Es el único agente bacteriano conocido que invade el tejido nervioso periférico y afecta principalmente a la piel, la mucosa de las vías respiratorias altas y los ojos, provocando úlceras cutáneas, daño neurológico y debilidad muscular que empeora con el tiempo.

 

La Lepra no es muy contagiosa y tiene un largo período de incubación (tiempo antes de que aparezcan los síntomas), lo cual dificulta saber dónde y cuándo alguien contrajo la enfermedad. Los niños son más propensos que los adultos a contraerla. Tiene dos formas comunes: la tuberculoide y la lepromatosa. Ambas formas ocasionan úlceras en la piel. Sin embargo, la forma lepromatosa es más grave. Esto produce grandes protuberancias e hinchazones. En general es una enfermedad curable que de tratarse en las primeras fases, se puede evitar la discapacidad. Los síntomas incluyen lesiones cutáneas que son más claras que el color normal de la piel, lesiones que presentan disminución de la sensibilidad al tacto, al calor o al dolor, lesiones que no sanan después de algunas semanas o meses, debilidad muscular, entumecimiento o ausencia de sensibilidad en manos, brazos, pies y piernas.

 

El diagnóstico se basa en la evaluación clínica de las ulceraciones, las biopsias y los raspados a los que se le realiza la coloración de Zielh Neelsen y se demuestra la presencia del bacilo. Así mismo existen metodologías inmunológicas como ELISA, hemoaglutinación, anticuerpos fluorescentes, proteínas recombinantes y la Prueba de Lepromina Cutánea, que es un examen utilizado para determinar qué tipo de lepra padece el paciente (más no es utilizado para el diagnóstico presuntivo de la enfermedad).

 

Para finalizar, el tratamiento incluye dapsona, rifampicina, clofazimina, fluoroquinolonas, macrólidos y minociclina. A menudo se administra más de un antibiótico a la vez, y generalmente por meses. Así mismo se usa el ácido acetilsalicílico (aspirin), la prednisona o la talidomida, para controlar la inflamación.

 

Referencias Bibliográficas

 

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Tlerney, D., & Nardell, E. A. (2018). Infecciones por micobacterias no tuberculosas. Manual MSD para profesionales, 82(3), 1-3.